Los cretenses creyeron que se trataba de un santo cristiano, de un mártir quizás, y que por turbar el silencio de su imagen habría represalias desde el más allá. Montaron guardia y en más de una casa se soñó con el esbelto joven venido de la prehistoria de Grecia a mirar con ojos asombrados el 5 de abril de 1900, día y año en que el fresco de su vida eterna apareció ante el equipo de exploración dirigido por Arthur Evans, el descubridor de la civilización minoica.
"La figura es de tamaño natural, la carne representada de un color rojo subido como el de las figuras en las tumbas etruscas y de los keftiu de las tumbas egipcias. El perfil del rostro revela un tipo noble, los labios son gruesos, y el inferior muestra una ligera curva que parece un rasgo característico. El ojo es oscuro y levemente almendrado. Los brazos son de bellos contorno. La cintura es extraordinariamente estrecha... ésta es sin comparación, la figura más notable de la era micénica que se ha encontrado hasta ahora". (Del diario de Arthur Evans)