El Museo de Heraklion abrió sus tesoros. Como si de una llave mágica se tratara, el camino que he hecho desde hace 14 años en torno a la cultura minoica dio sus frutos. Pues de eso se trata la magia, de recoger el bagaje espiritual y psíquico, concentrarlo y esperar humildemente que acontezca... ¿la revelación? ¿el milagro? ¿la experiencia estética? Si esta es la inminencia de la revelación, como decía Borges, pocas veces ha estado mi conciencia tan cercana a ella como ante esa vitrina que custodia (palabra exacta) el disco de Festos.
Escuchaba las explicaciones de los guías en griego, sin entender pero entendiendo. Una joven madre francesa llegó llena de emoción con sus niños de la mano explicándoleslo que ella sabía del disco. Yo iba y venía, reconociendo todas esas obras maestras de la cultura minoica que había visto en los libros. Ahí estaba el príncipe de los lirios, y las damas de Knossos, y la parisienne, con su rizo de cabello negro sobre la frente. El sarcófago de Hagia Tríada. Las hachas dobles, cuya sombra se percibe en las páginas de las novelas y que encontramos con Enrique Pérez Díaz en Cuba en el Paseo del Prado y en uno de los atributos de Shangó, el más misterioso, quizás, de los orishas.
Me introduje en la estructura de madera que reproduce el palacio de Knossos, complejo como un laberinto... porque ES el laberinto. Vi en un muro la pareja entrañable de amantes que son Ariadna y Teseo y un amabilísimo guardia que me adivinó el pensamiento se dirigió hacia mí entre todos los visitantes para llevarme a la pieza, que es una vasija, que tiene pintada la figura original.
Horas después, pasada la medianoche cretense, me comunico con Philippe hasta Shangai, donde vive y me pregunta mis impresiones. Lo que tengo que decirle es tan largo y sorprendente como el río de Heráclito: que somos y no somos, que lo que él hizo hace tantos años en torno al disco de Festos desarrolló su espíritu, que el disco es un objeto sagrado, no una pieza de estudio, y que todo ese conocimiento me lo entregó él a mí y yo a su vez lo puse en un libro.
Mi hijo me pregunta por qué, a los 14 años, amé tanto el disco de Festos. Le digo que el amor no tiene respuesta, que es un mandato que nos pone en movimiento, y eso es. Aquí estoy, 14 años después de haber escrito el libro, en Heraklion, capital de Creta, a la que siento que pertenezco (el mar y la humedad me han ondulado el cabello, como a las cretenses de los frescos).
Creta, la Resplandeciente isla en la que todo me habla, en la que -como en el poema de Aurelio González Ovies- todo me nombre, todo me dice, todo me afirma. Todo es Palabra.
Tengo fotos, sí, aquí están, pero no es ese mi interés, sino el ver con el ojo de la mente.
Porque he seguido el hilo de Ariadna y contemplado quizás y solo por instantes breves, el eón de los dioses.