sábado, 29 de enero de 2011

El disco del cielo o la paz en el laberinto, por Jorge Luis Peña Reyes








El disco del cielo o la paz en el laberinto



Por Jorge Luis Peña Reyes




El público cubano celebra esta entrega editorial de Gente Nueva, que sale, con esta edición, de los predios literarios de la isla e impone una atractiva mirada al diálogo de las culturas.



Dirá Sinuhé del país de Kemi, que todo está escrito bajo el sol, que los hombres revolotean alrededor de la mentira como las moscas o que la ciencia es amarga para el corazón, pero yo que me leí el Disco del Cielo durante la angustia en una fría sala de hospital, tuve otros sentimientos ajenos al personaje de Waltari.

Mi padre se recuperaba de una grave isquemia y yo me sumergía en este libro para evadir tensiones y hacerme acompañar de mi amiga María García Esperón que aunque lejos, se hizo presente en páginas y horas.

La trama me remontó a un ambiente complejo, laberíntico, aunque la nítida luz de su escritura me internaba más en Festos, sitio donde Aléktor depositaría un sencillo, pero hermoso disco de arcilla, desde el cual se vertebran aventuras, incógnitas y elementos históricos que le aportan verosimilitud y belleza a la obra.



No estamos ante una novela fácil, aunque sí muy eficaz a la hora de anclar el lector a la silla, de seguro no dejará el libro hasta el final porque nada en él se entrega de forma gratuita.
Hay cálculos matemáticos que no permiten el aburrimiento y donde las hilachas de sentido son migajas en el sinuoso trayecto hacia el climax. Aún allí cuando se espera la solución de todos los conflictos narrativos, María nos deja con algunas interrogantes que habrá que responderse con su serie.
El público cubano celebra esta entrega editorial de Gente Nueva, que sale, con esta edición, de los predios literarios de la isla e impone una atractiva mirada al diálogo de las culturas.
La novela se perfila a partir de varios personajes de ayer (Aléktor, el pintor de Knossos, Nefereset, la bailarina egipcia y el ingenioso arquitecto Dédalo) y hoy, (Nuria, Philippe y Marco) así como otros secundarios, entre los cuales hay casi cuatro mil años de distancia.
María trenza espacios coincidentes y no deja lugar para conclusiones definitivas, lo cual nos hace caminar alertas como si lo hiciéramos entre pasadizos secretos.
La autora de Querida Alejandría nos deja con avidez al término de cada capítulo, mientras nos mueve el cimiento sobre el cual pretendíamos construir nuestra propia historia. Nos lleva por los caminos que quiere y ensaya un guiño cómplice mientras ofrece disculpas por tanto sismo.

Como lector uno termina dejándose seducir. O huyendo de Melkis o en busca de Maya que por momentos comparten similares apetitos o esta última con la misma afición que Nefereset, como una reencarnación y toda la mística con la que la autora juega a sus anchas.
Los paralelismos se nos dan una y otra vez para orientarnos o para conectar rutas secretas en tiempos y espacios.

Hay un eficaz manejo del recurso de los vasos comunicantes en el que los episodios ocurren en niveles distintos de realidad y se unen por la pericia del narrador, a fin de que esa vecindad modifique y proponga sugerentes lecturas, que sin dudas enriquecen la trama más allá de yuxtaponer dos contextos. Será difícil no citar a Borges en este tópico: Dos historias que nunca se confunden, pero de alguna manera se complementan.
Decía el viejo Hemingway que uno no debe escribir de lo que no conoce, por eso admiro la sapiencia de esta autora que traza sin balbuceos una historia comprobada y a la vez incompleta. Su trilogía Los Discos del tiempo, será también del apetito de muchos coleccionistas que luego de esta delicada persuasión abandonarán su egoísmo visceral hasta devolverle a la humanidad ese trozo de historia necesaria.


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