sábado, 20 de octubre de 2018

El Disco del Tiempo en Creta. Sigue el hilo de Ariadna. Knossos

Con mi admirado Sir Arthur Evans

Knossos. El admirable laberinto,  la pasión de Evans, su hallazgo, su paciencia, la reconstrucción. Creta y sus árboles, las columnas rojas, los frescos (reproducciones) los canales de conducción del agua, también meandros y en una telaraña, el hilo de Ariadna, el original, único, eterno.

Una hora de camino -a pie- desde Heraclion brinda la visión de Knossos. El complejo palacial es impresionante y my extenso, pero los pasos llevan a las más famosas de las piezas: el príncipe de los lirios, la procesión, el Trono de los Grifos, donde imaginé sentada a Ariadna en El disco del tiempo. 

Se piensa que cerca de Heraclion -si no es que Heraclion mismo- era el puerto de Knossos. Ahi llegó aquel barco negro de velas de donde descendió Teseo, después recuperaría del mar el anillo de Minos -el rey que lanza el anillo al mar, imagen nupcial que evoca las bodas de Venecia con el Adriático, o del Dux con la ciudad y que tendría su origen en la riqueza infinita que Creta, mi isla resplandeciente, irradió hace tantos siglos como sueños ha tenido la humanidad.

Mi isla. 

Soñada en esas páginas de El Disco del Tiempo, hace tantos años que parecen mitos. Hace tantos libros que parecen sueños. Atisbada apenas y hoy realidad. 

Pasa el rey Minos, hijo de Zeus. Oigo respirar al Minotauro, lo custodian las hachas dobles. Veo caminar sombría de deseo a la blanca Pasífae, Dédalo con sus planos bajo el brazo, ensimismado, Ícaro atisbando el cielo...

Y a lo lejos, el mar...

















Knossos. Su imagen


¿De quién es el Laberinto?

Translúcida. Invisible. Telaraña en Knossos

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